Me está costando desaparecer

Crónica del #9M

Mafer Menag
3 min readMar 11, 2020

Primera parte

Había pensado mucho en qué hacer cuando llegara el momento del #9M. Tengo responsabilidades, soy coordinadora, tengo un equipo, tengo que ir al gym, tengo que hacer la despensa porque estuve el fin fuera, tengo que ir a tenis, tengo que ir al banco, tengo muchas cosas por hacer.

Me uní al paro.

Ayer no pude dormir. Antes de que acabara el día, llegué de una charla que me movió cosas que ya traía en mi cabeza sobre el feminismo y cómo lo he vivido últimamente.

La semana pasada fui a visitar una colonia con problemas complejos, donde un grupo de mujeres tienen como único recurso jugar futbol en la calle, y a veces los fines de semana, para distraerse. Mujeres que no conocían ni cómo se podían cuidar para no quedar embarazadas o contraer una ETS.

Me di cuenta, una vez más, de lo privilegiada que soy, por la educación que se me dio al ir a la escuela, al poder tener un poco de más conciencia sobre mi cuerpo ¿pero eso de verdad es educación?

Leo a mis tíos, escribir que “Si vas a la escuela, entenderás que rayar patrimonio no te servirá de nada”… ¿neta, tío? Tú tienes un negocio en pleno centro histórico de Dolores Hidalgo y te has pasado por abajo las reglas que debe seguir un inmueble catalogado como el que administras, pero te duele un chingo que rayen edificios que no sabes ni qué significan. Eso no es educación.

Me está costando mucho trabajo desaparecer.

Entro a ratos a Facebook, aunque estoy offline, sin reaccionar, sin comentar. Porque ahora que todas mis amigas están desaparecidas, veo con claridad y horror la forma en la que se expresan familiares y conocidos sobre el movimiento feminista. Cómo se burlan, cómo no les duele, cómo luce su indiferencia.

Desde ayer tengo muchos escalofríos cada vez que leo algo, me duele la cabeza, es demasiada información.

Pensé que este día podía olvidarme de todo, pero me arden las manos porque no puedo hacer nada.

Apenas es medio día.

No puedo salir de casa. No quiero. Me estoy aguantando.

Los medios publican “Mujeres sustento de familia no se sumaron al paro” o “Sin mujeres no podría operar el Hospital General de León y ellas sí trabajaron”. Perdón, pero no me voy a sentir mal por eso, no voy a fomentar que igual que siempre nos quieran dividir. Cada quien tiene su forma de hacer lucha. A ellas, que son madres solteras, les toca todos los días esa lucha y si yo puedo apoyar desapareciendo, qué mejor que muera yo a que niñas y niños se queden sin mamá.

Me duele no poder gritar, hablar, escribir. Que alguien me abrace.

Porque hay que estar en silencio, porque esta vez el silencio sí es la respuesta a lo que nos está doliendo.

Tengo miedo, porque no quisiera que esto fuera real.

Porque no soportaría ver desaparecer a más mujeres, ver sus cuerpos expuestos, escuchar y sentirme como un objeto en las calles, que mis ideas sean menospreciadas en la oficina, que me juzguen de loca o histérica por ser asertiva con los hombres y hablarles directo.

En la oficina de mi novio, algunos de sus compañeros, han empezado a burlarse del porqué “fueron a la oficina”, que se veían bonito este wey en la marcha, ¿que “Quien va a ser Fulanita (la recepcionista)?”, que “El que choque hoy es joto”. Y todavía se preguntan porqué desaparecen las mujeres, cuando la concepción de ser mujer para esos vatos es un insulto.

No quiero desaparecer.

Tengo mucho por hacer, me gusta trabajar, me gusta lo que hago, me gusta vivir. No quiero volver a pretender desaparecer.

Apenas han pasado 35 minutos.

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