Los intrépidos

Mafer Menag
4 min readJun 18, 2021

Segunda parte

Cuando Esteban me dejó en la entrada del metro me detuve a sacar algo de mi mochila. Se echó en friega de reversa y me regañó por exponerme. Estás en la Doctores, ahí nadie debe notar que no eres del barrio.

Hasta ese momento no había sentido miedo de andar en la gran ciudad de México, pero el síntoma se me pasó en la siguiente estación, Auditorio.

Tomé la bicicleta disponible y avancé muy segura por Paseo de la Reforma hasta llegar al edificio de reflejantes negros con el letrero de CONACULTA en su exterior. Desde que llegué, logré identificarlo y decidí que quería conocer las instalaciones del órgano máximo de cultura en México.

Con el look más turístico que se pueda imaginar, llegué a recepción donde fui detenida. -¿Vas a ver lo de tu servicio social?

-Sí…

-Ok, ve al piso cuatro y pregunta por este señor…

Me tomé fotos en el elevador y llegué al lugar que me habían indicado. De un escritorio me pasaron a otro y a otro, yo la verdad solo disfrutaba el tour por tantos cubículos, que aunque estaban medio opacos, los encontré sumamente interesantes por la cantidad de personas que ahí había.

De repente llegué con Rocío, una señora que me barrió de pies a cabeza y me dijo que regresara para agosto, que es cuando contratan a personas de servicio si lo que buscaba era una paga. Sin pensarlo le dije que no, que yo quería experiencia y hacer mi servicio profesional.

De las oficinas se asomó una mujer de cabello rizado y negro, quien sonriente me dijo que ella estaba interesada y me hizo pasar para entrevistarme. En su oficina había dos personas más que me vieron de forma extraña y salieron sigilosamente.

La responsable de todo el programa artístico y convocatorias de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, FILIJ, me comenzó a interrogar. Le conté de mis servicios sociales, de mis prácticas, de la exposición más reciente que había ayudado a organizar; de mis aspiraciones y del nuevo diplomado que estaba por tomar los fines de semana en Querétaro.

Ella me contó sobre la feria, sobre ese maravilloso mundo que se planeaba por más de ocho meses y se concretaba en once días donde millones de niñas, niños, adolescentes, juventudes y hasta adultos mayores, se reunían para disfrutar esa fiesta. Yo jamás había escuchado de algo tan bello.

Quizá le di buena espina, porque su última pregunta fue:

-¿Cuándo podrías empezar?

Me maree por un instante, le contesté que sí me daba 15 días para dejar mi departamento y buscar en dónde quedarme, sería para ese momento. Aceptó y solo me pidió mi currículum para complementar el proceso.

Bajé con la sonrisa más boba que puede tener alguien que no se la cree. Casi olvido mi credencial por ir embobada pensando qué debería de hacer.

Le hablé a mi mamá.

Mamá, me mudaré a la Ciudad de México, conseguí mis prácticas profesionales en CONACULTA. No sé cómo le haré, pero cuando regrese te cuento.

Más eufórica que nunca tomé una bici y llegué al Museo Nacional de Antropología, recorrí lo más que pude y me fui a comer a una cafetería con vista al bosque de Chapultepec. Llovía, yo pensaba que no podía ser más perfecto.

Aquí con mi look de turista

Ya en el postre se instalaron dos personas junto a mi, quienes por la gotera se pasaron a mi mesa. Como siempre lo hago, saqué la platica para sentirme cómoda con dos extraños.

No recuerdo sus nombres, pero ella era de Argentina, estudiaba en CU y su primo, originario de Uruguay, estaba de vacaciones en la ciudad, por lo que compartíamos la intención de turistear, por lo que de ahí nos fuimos juntos.

Cuando llegamos a Tlatelolco ya había cedido la lluvia, visitamos lo que nos alcanzó el tiempo y cerraron. Pasamos por sopa caliente y en la explanada el primo prendió un porrito.

En la orilla de la explanada, que si bien recuerdo es toda empedrada, un niño jugaba en su triciclo.

Te vas a caer, le repetía su mamá, hasta que el filo del escalón no lo pudo sostener más y el pequeño resbaló. La mamá fúrica lo alcanzó a tomar del brazo, solo el juguete cae a nuestros pies; pasado el susto le mete un gran zape a la criatura.

No sé porqué la desgracia de ese nuevo trauma del niño nos hizo llorar de la risa. Hasta que mi nueva amiga dijo, qué boluda, desde la infancia le deja claro al pibe que si él se lastima o no, por no hacerle caso, igual ella le pegará una piña.

Quedamos en silencio hasta llegar frente a Bellas Artes, donde se avistaba una manifestación de estudiantes. La güera entró en crisis:

- Ché, que es una manifestación de estudiantes y ya sabes lo que pasa en México, vámonos.

Los perdí entre la multitud. Me sentí pequeña, mi cuerpo se puso alerta y caminé sobre la Madero en búsqueda de refugio.

Le marqué a Esteban para contarle, habíamos quedado que pasaría por mi. ¿Pero dónde? ¿Cómo? Era casi imposible de pasar por cualquier lugar. Me quedaba 2% de pila.

-Te veo por los churros el Moro, me dijo.

Caminé, hacia donde marcaba el gps, pasé por la Plaza de la Tecnología, la lluvia había dejado un ambiente húmedo, que con mi camitana acelerada, me provocó un enorme bochorno.

Se apagó mi celular.

Esperé, esperé.

Llegó al fin, aprovechó el semáforo rojo para detenerse, pero no abrió la puerta del coche, sacó mi maletita del auto y me la entregó, me deseó suerte e instantáneamente se puso en verde y nunca supe más de él.

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