La casa del Módulo

Mafer Menag
5 min readJun 4, 2021

Muchas cosas podré escribir de las más de 15 casas en la que he vivido. Soy una experta en mudanzas y no hay queja de ello.

Sin embargo la casa del Módulo tenía algo especial. Su ubicación entre céntrica y silenciosa, su parque en medio de las casitas y su cancha de básquetbol, la ubican en mi listado de los mejores lugares en los que viví.

Vista de Google Maps de la casa

El Módulo es una colonia que fue construida alrededor del Fovissste, donde tenía sentido hacer casas amplias de un solo piso con todo y cochera. Habían familias acomodadas y negocios instalados dentro del hogar. Desde un ciber, hasta un consultorio de ginecología.

Recuerdo la primera impresión, una casa en medio de árboles altos altos. Sus paredes estaban empapeladas con texturas antiguas. Restaurarlas fue para mi como arrancar el pellejo de una piel que padeció y disfrutó una ida a la playa.

La cocina tenía lo que yo llamo una puerta de chef, por su ventana en forma de círculo y además rechinaba al entrar y salir. En su interior tenía una estufa con cochambre que costó varias lavadas de quitar.

Recuerdo los cortineros que puso mi mamá y las cortinas de manta que ella misma confeccionó. Hizo un preparado de jamaica para darle color y resultó un bello tie dye rosa.

Cada parte de la casa, aunque rentada, estaba cuidadosamente armada para la armonía familiar. Su comedor, hecho con la madera más pesada, sus sillas robustas y un camino de mesa que al centro siempre tenía un arreglo floral armado gracias a los rosales del jardincito del frente.

Me encantaba mi cuarto, por fin una habitación para mi sola. Quizá es muy mexicano compartir con nuestros hermanos o hermanas la primera etapa de nuestra vida, así que sabemos la libertad que se experimenta tener tanto lugar para acomodar nuestras cosas. Lo pintamos de rosa, sin ser este mi color favorito, pero en ese momento no me dieron opción.

El estudio o sala también me encantaban, mi papá tenía su restirador, lo mejor que me heredó, lleno de planos e ideas. Había ahí siempre un aire apacible y una luz cálida sin importar la hora, porque la lámpara estaba encendida por la falta de luz natural.

La luz, uno de los elementos más importantes para elegir una casa.

Ahí parecía abundante, porque se difuminaba como si en cualquier momento se fuera a tomar un retrato de la vida común, de una familia común.

Vivir ahí me permitía salir sola al parque de la colonia, donde había muchos árboles, resbaladillas, columpios y otros juegos de los cuales no conozco su nombre.

Fue en esos donde tuve la caída más dolorosa que recuerdo. Cuando del primer nivel de aros de herrería me tropecé, fui a dar al suelo, puse las manos, pero dejé caer todo el peso y la fuerza del golpe en el abdómen. Fue un dolor mudo de esos que te sofocan y no puedes llorar, gritar o moverte.

Imagen ilustrativa del juego asesino.

Me paré con un nudo en la garganta, avergonzada, sola y con un sentimiento terrible de dolor mudo. Ahora me da risa recordar lo que pensé estando tan pequeña, sin siquiera entender cómo es que el cuerpo funcionaba. Lloré toda la noche en silencio, sin contarle a nadie de mi caída, pidiéndole a Dios que ese golpe no me quitara la posibilidad de tener hijitos.

Pero el tiempo pasa y ahora adivinen quién, yo, no tiene ni tantitas ganas de traer a alguien más a este mundo.

Además de ese parquecito de la colonia, cruzando la calle en la rivera del río había otra zona de juegos, donde los columpios eran más altos.

El día que decidí mostrarle a mi prima mayor mi columpio favorito, nos habían dejado solas en la casa. Pero mis ganas por jugar eran más fuertes que una puerta cerrada.

Yo conocía tan bien los rincones de mi hogar, que me fue fácil diseñar una ruta de escape.

Coloqué una cubeta volteada junto al murito del patio de servicio que separaba con la casa de atrás e invité a mi prima a subir al techo conmigo. Ya arriba, con más poder del que había sentido al animarme a escapar, pude visualizar el mono con paracaídas que alguna vez mi hermano aventó sin verle regresar de la misión.

Lo bajé junto conmigo por la reja de las ventanas, porque por fortuna la puerta a la calle sí estaba abierta. Así pudimos salir sin generar mayores sospechas o una terrible caída.

Cruzamos la calle y nos pusimos a jugar. Exploramos un río casi vacío hasta que recordamos que teníamos poco tiempo. Soy mala con los límites y 15 minutos me parecían eternos y se hicieron muy cortos.

Alcanzamos a llegar antes del llamado a la policía, ya imaginaba los titulares “desaparecen dos niñas en el Módulo”. Siempre he tenido suerte de meterme en la boca del lobo y salir ilesa, así que llegamos con la actitud de alguien que mandaron a la tienda, sin comprender la gravedad de la desaparición momentánea.

Se llevaron a Sandy y yo recibí mi primer y único “estoy decepcionado de ti”, de mi papá. Aunque ahora que lo pienso, no era la primera vez que me escapaba y quizá no ha sido la única que lo he hecho sentirse así, pero a veces es mejor decepcionar a los demás por pasarla bien.

Este fin de semana regresaré al pueblo, así que quizá me de la vuelta a ver si todavía existe ese columpio, evitaré pasar por la casa, aquí no aplica el uno vuelve a donde fue feliz porque aunque sí lo fui, recuerdo ese lugar con mucha nostalgia.

Despedirme de esa casa fue bastante doloroso, pero la renta ya no alcanzaba.

Metí mis posesiones más valiosas en un cajón y me despedí de ese lugar en el que me había sentido tan cómoda y segura como para invocar a mis abuelos Vicente y Tobías a que se me aparecieran para poderles platicar mi maravillosa vida.

Escucha el cuento en https://open.spotify.com/episode/2rAjWCPRZ9oaAwmHoPatMq?si=3bivadUPRB-6Fp7Nn_xe7g

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