Caminos de Guanajuato

Mafer Menag
3 min readJan 7, 2017

Mi terruño está a cuarenta minutos de la Sierra de Guanajuato, quizá menos, pero las curvas siempre han sido un cadencioso detractor de las horas. El tiempo en la sierra se sufría o disfrutaba según la edad y la situación, de esto me di cuenta el día de hoy al recordar que las distancias crecen cuando el ansia de llegar es mayor al kilometraje que hay que recorrer.

Como en la Sierra de Guanajuato la falta de rectitud en la carretera nos mareaba, los primos de 3 a 8 años esperábamos inquietos por llegar al campo y comer en el “Rancho de Enmedio” (un restaurante que hace alusión a su nombre al estar justo enmedio de la sierra), lo que provocaba intermitentes paradas para tomar aire fresco antes de que “inocentes accidentes” quedaran en la bolsa de plástico que siempre cargaba la tía, la más prevenida. Recuerdo con nostalgia un truco que acabó con el vómito y la ansiedad, un remedio más que eficaz para dejar de preguntar a cada segundo -¿Ya llegamos?-. La dinámica era muy sencilla, mi tío el conductor compraba unas pastillas grandes de dulce y la colocaba en la palma de nuestras manos, — Si guardas esta pastilla en tu mano sin verla hasta llegar a la Sierra vas a encontrarte con una moneda en su lugar -. Para ese entonces sabíamos que la equivalencia de esa promesa era igual a una reluciente moneda de $10 y tendríamos dinero para comprar una bolsa más de galletas de nata. Por el ansiedad y la distracción despertábamos en el estacionamiento del restaurante listos para contemplar la sierra, su bruma y sus pájaros desde los ventanales altos del restaurante.

Posteriormente en mi etapa universitaria no había dulces y el dinero ya iba contado para tener una vida decente de estudiante. La Sierra hacía de lo suyo y en plenas curvas lo feo era irte de pie en el pasillo un domingo después de la comida familiar durante hora y quince hasta Guanajuato capital. Las curvas ya no dejaban tantos estragos en el equilibrio de un joven de 19, pero sí en la bolsa con tuppers que mandó mamá o la abuela para sobrevivir sin comida recién hecha en la semana, tragedia si al llegar el recipiente de la sopa quedó abierto y adiós caldito de pollo. Los compañeros de asiento en el autobús siempre son todo un tema, podían ser desde el vecino hasta señores o señoras que te cuentan su vida. El cansancio acumulado de la universidad nos sumergía en una muerte de carretera, cabeceando de un lado a otro, golpeando la frente contra la ventana o el hombro del compañero.

Desde la Ciudad de México a Guanajuato no es necesario pasar la sierra y cada vez que tengo que viajar por esa ruta me viene esta ansiosa y desesperada necesidad de cruzarla y llegar contemplando el paisaje asombroso del atardecer entre los árboles y los cerros. Son casi seis horas que quisiera intercambiar por mareos o cabezazos, por acompañantes incómodos, por comida en tupper…

Hace poco recorrí este sinuoso vaivén de ondas en coche; entre música, sonrisas y una mano que entre la palanca de cambios y caricias en mis dedos hizo más ligero el viaje. La grandeza y el frío de Guanajuato acompañaron uno de mis caminos favoritos con un atardecer más naranja y suave para recordarme que los senderos pueden ser los mismos pero las experiencias muchas e interminables.

--

--