Buscándole nombre al consultorio verde

Un ensayo sobre mi primer huerto en casa.

Mafer Menag
5 min readJul 19, 2020

Desde la universidad había escuchado algo acerca de la permacultura, un compañero organizaba excursiones a la Sierra para enseñar a sembrar y cosechar, siempre quise ir, pero mis prioridades luego eran otras y preferí desistir.

Mi experiencia con las plantas en sí había sido un tanto más a consecuencia de los jardines y espacios de las mujeres de mi familia materna. Ahora que lo pienso, cada una a su estilo y según su espacio y los cuidados que requieren, eligen las plantas.

Pregúntale a Rossyna por cactus y plantas de sol; a Tata por orquídeas y violetas; a Jule por suculentas; a Mamis por helechos, hortensias y si ya dio limones su árbol.

En mi casa, la de mi mamá me refiero, se plantaron dos arboles de semillas que germinaron de forma casera. Pasamos buenos meses y años sin tener que comprar limón, incluso en su etapa de mayor costo.

Fuera de eso y lejos de casa, dejé morir dos cactus. Una vez, la maestra Ale entró al depa y a Azu y a mi nos miró y reparó en preguntar «¿Conocen estos artefactos que dan vida a los espacios? Se llaman plantas». Pero en ese depa casi nada duraba y no nos ocupábamos en ello.

Esos habían sido algunos acercamientos hacia el cuidado de cualquier ser vegetal u ornamental vivo. Hasta que hace cerca de tres años, volví a vivir sola.

Feliz en mi nuevo departamento, coloqué una nochebuena, un romero y una hierbabuena en la ventana. Casi siempre se debatían entre la vida y la muerte, olvidadas algunos fines de semana y sin agua o luego ahogadas. Quién entiende a las plantas.

Hasta que me llegó el momento, como el amor, que cuando no lo buscas, ahí brota y se anuncia magnífico.

En la casa que compartía con mi hermano había ya un patio, vi la oportunidad de hacer composta, pero con el miedo que tenía de tener que instalar unas lombrices en casa, porque no conocía de la composta seca, decidí que la naturaleza podía hacer de lo suyo. Así que de vez en cuando lanzaba algunos residuos orgánicos al patio esperando que se deshicieran sanamente.

La madre tierra hizo de las suyas y yo ni en cuenta.

Un buen día, encontré una aplicación móvil que te dice qué planta tienes y qué cuidados necesita, escaneé todas las macetas que ya había vuelto a juntar; suculentas, helechos, nochebuena, otra menta…

Decidida a limpiar y arreglar el patio, después de que mucha “hierba loca” creciera, a cinco segundos de arrancar la primera mata, decidí consultar antes mi bonita aplicación. Cuando el detector identificó un jitomate, volví a tomar la foto un par más de veces más… desconcertada, porque ¿Cómo iba a crecer un jitomate ahí? Me asomé debajo de la maleza y ahí se encontraban pequeños brotes verdes que ya adivinaban la forma de unos jitomates.

Mandé mil fotos a Vic y a mi grupo familiar, tenía un jitomate en casa, qué loco. Solo necesitó mi atención diaria, agua y sol.

Así fue como obtuve rojos y deliciosos jitomates desde la comodidad de casa. La primera vez que coseché, el primer jitomate me supo a gloria y me dio uno de los TikTok más vistos de mi perfil.

Hubo un momento en que tuve tantos jitomates, que en mi grupo de vecinos puse que estaban disponibles por si alguien necesitaba sin costo y podía ser a cambio de otra verdura que yo no tuviera. Recibí chiles chipotle, lechuga, limones y una vez, todo el kit para hacer salsa verde.

La satisfacción que me daba salir a mi patio por mis jitomates era única. Y recalco el mi, mi, mi, porque de verdad me sentía como toda una pachamama.

Cuando tuve que dejar la casa, ese hueco se volvió en una necesidad, volví a comprar en las verdulerías jitomates y hasta me indignaba tener que hacerlo ¿cómo si yo ya pude?

En esta nueva casa me he dado la oportunidad de empezar con los procesos desde cero, de una forma más consciente, claro que la cuarentena ha ayudado muchísimo a pasar más tiempo atendiendo a las plantas, pero incluso he encontrado la terapia que necesitaba al regar y cuidar a mis plantijas. Aunque también me han dado disgustos con los bichos que atraen y yo alucino. Malditas orugas.

Pasé de tener cuatro macetas medio huérfanas a contar con ya más de 20 especies de plantas.

Quiero volver a tener esa sensación, por eso compré semillas de lechuga, me regalaron de espárragos, de flores; empecé a hacer la composta también por el bello tutorial de Cynthia, y comencé a seguir a más horticultores y páginas.

Es por ello que me encuentro haciendo este ensayo, es mi tarea para el taller que empecé con Proyecto Casa de Tierra; a quienes además conocí porque ganaron el año pasado el Premio Municipal Juventudes de León Joven. Convocatoria abierta.

Hoy recibí mi kit de inicio, con tierra, humus, semillas y ya quiero empezar con esta aventura. Espero pronto ser la vecina hipi, como dice Raúl, con la que vas para hacer trueque de plantas o verduras o frutas.

Deséenme suerte y sigan más seguido este blog.

Seguiremos reportando.

Pd. El huerto se llamará “Alivio”.

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